martes, 6 de julio de 2010

Dichosos.

Dichosos los que no se percatan del tiempo ni de sus estragos.
Dichosos los que no son atraídos por lo extraordinario.
Dichosos ellos, a quienes la vida no les pasa.
Dichosos los que se olvidan del cuerpo.
Dichosos los que no saben sembrar.
Dichosos los que se inutilizan por comodidad.
Dichosos los que llevan mapa para no perderse.
Dichosos los que no dan más de sí mismos.
Dichosos los que no están comprometidos ni con ellos mismos.
Dichosos los que dejan que cualquier otro tome las decisiones por ellos.
Dichosos los que no se preocupan ni ocupan de nada.
Dichosos ellos que visten de ovejas y son lobos.
Dichosos los que se creen invencibles.
Dichosos los poderosos.
Dichosos los que no se cuestionan nada.
Dichosos los que no resuelven nada.
Dichosos los que aprenden a dosificar.
Dichosos los que creen en los milagros y además se sientan en su fe a esperar que las cosas sucedan.
Dichosos los que pasan el día sin ningún esfuerzo.
Dichosos los muertos, bien muertos.
Dichosos los que juegan al asesino y a la víctima.
Dichosos los que piensan que las personas se dan en maceta.
Dichosos los que se rodean de gente cualquiera y la soledad no los abraza.
Dichosos los que se ignoran.
Dichosos los que no se comparten.
Dichosos los que zacean sus necesidades comprando, robando o violentando.
Dichosos los que poseen.
Dichosos los insensibles.
Dichosos los que no crecen.
Dichosos los que olvidan lo difícil que es ser niño.
Dichosos los que corren sin saber a dónde van y creen que eso es “hacer algo”.
Dichosos los que no son guía de nadie, ni dueños de su camino.

Dichosos ellos, que pertenecen al reino de los muertos.

A veces, solo a veces, es que quisiera ser tan dichosa y dejar de pensar y sentir como lo hago. Pero una vez que permites que te ocurra la vida y haces de ti, tu principal experimento, no hay manera de anular o simplificar eso, no hay manera de dejar de tener curiosidad por uno mismo, ni de no darse cuenta cuando le hacemos al muertito.