martes, 31 de mayo de 2011

Nómadas en mi cabeza.




"Mi manera de pensar es el fruto de mis reflexiones; está en relación con mi existencia, con mi organización. No tengo el poder de cambiarla; y aunque lo tuviera no lo haría. Esta manera de pensar que censuráis es el único consuelo de mi vida; me alivia de todas las penas en la cárcel, constituye todos mis placeres en el mundo, y me importa más que la vida. La causa de mi desgracia no es mi manera de pensar sino la manera de pensar de los otros" Marqués de Sade.

…ya muy largos los pensamientos se enredan en el cuerpo de los nómadas que trazan líneas con sus pies en la habitación de las creencias momentáneas, provocando un momento de tensión y detención, ante la aproximación amenazante del sedentarismo y la pertenencia.

Los nómadas, que en apariencia buscan y en esencia perfeccionan el arte de hallar, ante la presencia de estos dos tipos, presentan la enfermedad de “el desencuentro”, que de vez en cuando, aparece pero no es más grave que una gripa. Y pasa, como todo, pasa, y viene el olvido, los nómadas no tienen memoria solo registros aislados, desordenados, fraccionados, geometrizados. Registran los hallazgos, no los desencuentros.

Sin generar una historia real es que van trazando con sus pies puentes entre lo superficial y lo profundo, entre lo real e imaginario, entre la levedad y el peso, entre lo perverso y lo virtuoso, entre su estado de bestia y de infante, entre lo material y lo espiritual, entre la abstracción y la figuración, entre la autogamia y la poligamia, entre la atracción y la repulsión, entre lo andrógino y lo definido… trazan la estructura, el silencio, no lugares donde permanecer o al cual pertenecer. No hay historia real, no hay un objeto de consumo, no hay nada que se les pueda dar o se les pueda quitar, ellos no tienen ni obtienen, ellos son nómadas y no pretenden.

Pasando el desencuentro, ellos vuelven a peinar los largos pensamientos, con caminatas de madrugada y con las manos desocupadas.

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Muchos son los motivos que nos impulsan a hacer las cosas, decidimos en gran medida de manera inconsciente y por cada decisión hay una intención involucrada –las intenciones siempre vienen en pares–. Uno puede hacer las cosas por joder o por placer, y ambas intenciones tienen, pienso, el mismo origen, el goce.

Todo tipo de relación con el mundo o con uno mismo es susceptible de embonar en alguna patología mental, insistir en lo contrario me genera una versión superficial y comprimida de la vida. Las historias “reales” son insípidas y blandas, y como el sedentarismo y la pertenencia no caben en la ficción, se inventaron lugares poniéndolos en venta, pretendiendo comprar lo que no pueden pagar.

En lo personal, prefiero el placer, el goce por el placer de ser, de verme y saberme, prefiero explorar, los lados y espacios, el fondo y la forma del prisma en el que me estructuran los nómadas, caminar por los contrarios, por la estructura y aunque advierto de mis sabores, no he estado ni estaré exenta del desencuentro.

El deseo de pertenencia es el equivalente a lo más perverso que pueda imaginar. En otro sentido, es la violencia más grande que el Ser se hace a sí mismo, la pertenencia en cualquiera de sus formas.

“Soy tan salvaje que creo que me pertenezco solo a mí mismo” (Todas las mañanas del mundo).



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